Mi Yo escondido (María)

Tenía tantas máscaras que, al principio no me reconocía en el espejo. Pero, de tanto mirarme me fui acostumbrando a aquella imagen. Así que fue cuestión de tiempo creerme que el del espejo era yo.
Me olvidé de mí. Me creí mi propia mentira. Durante muchos años me escondí a mí mismo como si sintiera vergüenza del que verdaderamente era. Y en el afán de protegerme, con mi nuevo rostro, de otros, me protegí también de mí. Porque no es fácil ser uno mismo, no es fàcil hacerse cargo de lo que uno es. Parece tenerse más dominio del personaje que de la persona. Mi vida, durante ese tiempo fue un escribir escena tras escena: todo premeditado, nada de sorpresas. Tenía el control.
Recuerdo exactamente el día en que fue preciso utilizar sobre mi cara la primera máscara: fue un día en que me lastimaron tanto que no pude elaborar mi propio dolor. No pude sostener en mi rostro los gestos de la tristeza, las marcas del desamor. Era como estar en carne viva: me quemaba una verdad dolorosa que no esperaba de aquella persona. Recurrí a la máscara para cubrir las llagas, para que no se me viera así: tan vulnerable. Y fue como tener una nueva piel...hasta que ese "como" dejó de serlo. Y entonces fue: tener una nueva piel.
Así, con el correr de los días, a nuevos dolores se sucedieron nuevas máscaras, que en lugar de reemplazar a las anteriores iban colocándose una encima de la otra. En esa vorágine fue que me olvidé de mi verdadero Yo. A veces creía recordarlo...pero siempre advertía que era un Yo falso.
Una mañana sentí nostalgia de mí mismo. No sé bien por qué, pero empecé a recordar cosas de mí. Eran imágenes de Yo en distintas circunstancias. Me puse a llorar y una de las máscaras, la que estaba arriba de todas, se derritió. Y quedó la de abajo, y seguí llorando...y también se derritió con el calor de mis lágrimas. Pasaron algunas horas y no podía dejar de llorar recordando a aquella imagen de mí, que había sido Yo, en algún momento. Me sorprendía el hecho de que ante tal ircunstancia de dolor no sintiera el impulso de recurrir a alguna de esas máscaras habituales que usaba para hacer cesar el llanto, para que se produjera el "stop". Fue una rendición, pero no de resignación. Me rendí a mí mismo.
Liberado de toda acción por reacción, me quedó la libertad de hacer por propia voluntad. Y auqnue no fue fácil me miré al espejo. Lo que ví no era ajeno, no era extraño...era Yo.
¡Quise decirle tantas cosas! Contarle qué fue de mí todo este tiempo. Decirle que me perdonara por no dejarlo ser...que teníamiedo, que lo extrañaba pero que pensaba que ya lo había perdido, que ya no estaba, que ya era tarde! No fue necesario decirle nada...mi Yo, sabía todo. Siempre había estado, escondido, pero expectante. Sobraban las palabras, así que abracé a mi Yo, y fue la primera vez en tantos años que me abracé a mí mismo.

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