Grieta humana (María)


Dedicado a mi profesor Antonio, que me enseñó a comprender esto.
Hay una crisis en la vida que se suscita cuando algo que a uno le pasa no encuentra palabras para expresarse, ni espejos en qué reflejarse.
Es uno que no entra en la trama de relaciones tan marcadamente establecidas, tan ordenanadamente predestinadas. Antes era un mundo compartido, ahora hay una escisión, un límite, un margen que me separa de los demás. Aparece un sin-sentido.
Yo soy sujeto sujetado a una sociedad, que me define como alguien y como espejo de otro, y si no soy espejo del otro, si donde el otro quiere verse en mí encuentra oscuridad, o si donde yo quiero verme en el otro encuentro vacío: qué problema tengo, porque allí es donde empiezo a dudar de quién soy, qué me pasa, y comienzo a buscarme en algún rostro, en algún cuadro colgado, en un espejo, aunque esté roto y me vea desfigurado.
Me duele el cuerpo y este dolor no tiene nombre, me duele esta idea y tampoco la puedo nominar, no encuentro palabras que alcancen para agotar lo que a mí me está pasando en este momento. Y si me preguntan no puedo responder. Pero, lo peor es que yo mismo no sé lo que me pasa, porque cuando todo estaba bien, porque cuando tenía nombre: yo era feliz.
Lo inefable: aquí tenemos un término que intenta tapar el agujero, el vacío de significante. Hay una palabra que quiere nombrar todo aquello que no puede nombrarse, y que sigue sin nombrarse, pero que muchos la usan para tranquilizarse.
Rescato el sin-sentido que se produce en los momentos de crisis, para tomar de él, aquello que de mí, dice, de lo más propio que tengo que no es compartido por el orden social, sino por mi desorden personal.
Lejos de batallar con la falta de sentido compartido, de querer someterme al status quo, me rebelo único y comprometido con mi ser.
Me acepto a mí mismo con lo que me pasa (es la aceptación incondicional de la que hablaba Carl Rogers), pero aplicada a mí mismo. Tal vez no me comprenda, tal vez no esté de acuerdo con que esto me pase aquí y en este momento que no lo tenía previsto, pero lo acepto y no lo condeno, no lo juzgo: lo escucho. Me escucho.
Si digo, creo que sólo digo, pero en realidad, soy dicho. Paradójicamente escucho lo que viene del lenguaje, no hay forma de escapar de él. Puede ser una trampa, mi propia trampa tendida, porque entre lo que digo y lo que a mi me pasa hay una grieta inmensa, un abismo.
Necesito reflexionar sobre mí, y sobre mi rostro que hoy no se refleja en ningún espejo. Puedo construir lo que quiera con el lenguaje, hasta mi propia destrucción. Lo que pasa es que si me acepto incondicionalmente, no tengo porqué mentirme y decir que esta angustia que siento se parece a algo, o se llama de tal manera. Simplemente, es.
Dejo ser lo que me pasa, sin desesperarme y querer encontrarle un nombre. Acepto el agujero de significante. Aprendo a vivir con mi vacío que es una incógnita.

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