Cuento: La lógica del desencuentro (María Guidobono)

LA LÓGICA DEL DESENCUENTRO
Por María de las Mercedes Guidobono

Llovía. Ella estaba pensando en cómo decírselo. Simplemente ese día se había despertado diferente. Por eso, quería cambiar la historia, es decir: su historia. Creyó conveniente citarlo a las 3 de la tarde en el bar de siempre. Y extrañamente cuando llegó a ese bar, ya no era el de siempre. ¿Puede un lugar presentir que se lo va a abandonar? Seguramente cuando los sitios se llenan de presencias, se estructuran como uno, se terminan pareciendo a uno y lo reclaman a uno. Quizás ese bar presentía que era el último día en que ellos se encontrarían.

No importa cómo, lo cierto es que el reloj seguía marcando las 3, y ya eran como las 6 de la tarde. Pero nadie se daba cuenta, solamente ella, ni siquiera él, por eso no había llegado aún. Mientras, los pensamientos la acosaban, y supo que su mente estaba afuera, en algún lugar, pero no ahí. Lo supo porque esos no eran sus pensamientos, eran los de otro, algún otro, que algo, evidentemente le quería decir. Lo interpretó como una señal. Acoso de pensamientos ajenos. Deseos de algunas personas que quizás se habían muerto, sin cumplirlos, y buscaban a alguien que pudiera hacerse cargo. Claro, era eso! Por supuesto que esta mañana no pudo darse cuenta que la diferencia que sentía ese día tenía que ver con la mirada de otro, con la voz de otro, con el deseo…de otro.

Ya eran las 8 de la noche, y ni siquiera él le había mandado un mensaje diciéndole que no iría a la cita. Pero si eran apenas las 3 y la aguja no se movía para nadie ¿cómo podía él saber que ya había ella, estado horas esperándolo?

La lluvia volvía turbios los ojos de la gente y ella no podía saber si estaban todos llorando o si era ella la que lloraba y no podía ver claramente a ninguna persona. ¿O serían los vidrios de la ventana lagrimeando la tormenta?A veces la realidad, es la realidad del otro.

Las horas seguían pasando para ella, que tenía que decírselo y por eso lo había citado en el bar de siempre, que era el bar de nunca, que era el bar de ellos, que ya no sería de ellos, pero ellos sí, del bar, porque pasarían a la historia de los que alguna vez se sentaron a su mesa. Pero, para los demás seguían siendo las 3 de la tarde y por eso, él no había llegado. Mientras ella pudo practicar cómo empezar a hablarle y expresarle lo que no quería decirle, con ayuda de los pensamientos ajenos que le dictaban y grababan sus deseos, en un lugar que no pudo ubicar bien (pues su mente ya no la acompañaba). Practicando pudo concluir, que no era fácil decir lo que tenía que decir en un tiempo que era ese, pero pudo entender que si esa mañana se levantó diferente, y lo citó a él, por algo era, y si ese algo le era ajeno, no tenía porqué ser un impedimento para decírselo. Pues, su mente ya no estaba en ella, y si se había ido, abandonándola a su suerte, lo más lógica es que ella, se hiciera de otra mente, o de otros pensamientos, lo cual era lo mismo.

La lluvia tiñó de melancolía todo el lugar. Ya eran las 10 de la noche y él todavía no llegaba, porque para los demás, el reloj seguía marcando las 3 de la tarde. Entonces ella sospechó que tal vez, no estaba lloviendo en donde estaba él, y que si no llegaba era porque todavía podía llegar, y que si todavía podía llegar a lo mejor ya había llegado. Y pensando esto con pensamientos ajenos, se dio cuenta que si los aceptaba como ajenos, era porque existía una diferencia entre los pensamientos de ella y los pensamientos acosadores ajenos, sino, ¿cómo había advertido que no eran de ella?

Llovía. Eran las doce de la noche y él no había llegado, tampoco ella, porque para ella eran las 3 de la tarde, y a las 3 de la tarde lo esperaba a él, pensando pensamientos ajenos en un bar en el que nunca, (porque siempre) se habían encontrado.

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